“La estupidez nace de tener una respuesta para todo;
la sabiduría, de tener una pregunta para todo”
— Milán Kundera

En las últimas entradas he descrito distintos aspectos vinculados a la estupidez humana:

La estupidez globalizada · La estupidez · ¿Somos estúpidos? · El fracaso de la inteligencia · Reflexión: la estupidez

Ahora propongo algunas alternativas a su expansión epidémica. O, dicho de otro modo, caminos para desmentir la amarga constatación de Hegel: “Lo que la experiencia y la historia nos enseñan es lo siguiente: que el pueblo y los gobiernos nunca han aprendido nada de la historia ni actuado de acuerdo con los principios”.

Byung-Chul Han (2020) sugiere practicar experiencias de atención plena, opuestas a la lógica digital de lo rápido y plano. De ahí el valor del silencio, de la escucha y de una atención verdaderamente profunda. Tres movimientos:

  1. Pensar. Una práctica que hoy casi suena revolucionaria: reflexionar y poder compartir de manera honda lo pensado y sentido. La meditación y la psicoterapia favorecen un pensamiento más crítico, y una comunicación más plena con uno mismo, con los demás y con el entorno.
  2. El arte. Su esencia sería “otorgar a la vida una durabilidad”. Un antídoto frente a la presión hacia una productividad fría y sin sentido. El arte permite soportar la fugacidad de la vida, dándole forma y sentido.
  3. Dimensión lúdica. Recuperar el reposo contemplativo. Propuesta tan necesaria como contracultural: al capitalismo ni le gusta ni soporta la calma. En la línea de Pablo d’Ors, Biografía del silencio (2014), que reivindica la meditación para vivir de otro modo.

Giancarlo Livraghi (2008) añade varios antídotos contra la estupidez:

  • la curiosidad,
  • la capacidad de escuchar,
  • la creatividad,
  • aprender a usar la experiencia,
  • percibir la importancia de la Historia,
  • la sencillez,
  • el humor,
  • dudar permanentemente, y
  • aprender de los errores.

De acuerdo con todo ello, alguien que cultive estas dimensiones será probablemente menos estúpido. Pero para que esta propuesta no quede reservada a élites, conviene introducir el concepto de Justicia social, quizá el principal antídoto contra la estupidez. En la línea de José Antonio Marina (2004): una sociedad justa es la más inteligente.

Una persona tendrá más posibilidades de desarrollar su inteligencia si accede a mejor educación y a una salud entendida en sentido amplio (física, psicológica y social). En esas condiciones, habrá más capacidad para pensar, para vincularse creativamente con el arte y para aprovechar la experiencia; más escucha, más criterio para criticar y mayor provecho de una psicoterapia. Para ello es imprescindible un contexto que lo permita: una sociedad justa que garantice ese acceso.

Es un camino irrenunciable en el que todos podemos aportar. Hacia una mayor justicia social y una “inteligencia comunitaria”, con responsabilidades singulares para algunas profesiones (política, periodismo, salud y el ámbito psico-socio-educativo).

Quizá aún merezca la pena un esfuerzo común.