La inteligencia no falla por falta de capacidad, sino por obstáculos que la desvían. Entre los más frecuentes están el prejuicio (ver solo lo que confirma lo que ya pienso), la superstición (atribuir causas mágicas) y el dogmatismo (cerrarse al contraste con los datos y con otras miradas).

  • En el plano personal, estos sesgos empobrecen el aprendizaje y deterioran las relaciones.
  • En organizaciones y en la vida pública, favorecen burbujas de opinión, decisiones erradas y polarización.
  • En lo social, alimentan una cultura de consignas que sustituye al diálogo y a la deliberación.

Antídotos prácticos: cultivar curiosidad, escucha, duda metódica y rigor; someter las ideas a contraste con la experiencia y abrirse a la corrección mutua. Esa es también una tarea comunitaria: crear contextos de inteligencia compartida donde preguntar sea tan valioso como responder.