Adán y Eva

Emil Ciorán (1911-1995) es una figura central del pesimismo moderno: niega tanto la redención cristiana como la serenidad budista. Para él no hay solución para la decepción que supone el ser humano, sólo ejercitar el pensamiento como forma de resistencia, ironía o autoconciencia.

Ciorán argumenta que desde el inicio de la humanidad, con Adán y Eva, el ser humano demostró su incapacidad para ser feliz. De hecho estaba literalmente en el Paraíso cuando cedió a la tentación. Esa incapacidad para soportar la felicidad es la herencia para la humanidad. Por oposición, tanto los animales como las plantas aceptarían lo que son, su naturaleza, sin necesidad de iniciar ninguna rebelión. El horror del ser humano sería justamente haber dado un salto irreversible fuera de la Naturaleza, entre otros motivos por ser conscientes de su muerte. En tanto que uno es consciente de esa realidad inevitable, ya no podrá estar en armonía con nada. Solo puede vivirse como Naturaleza, por falta de ese saber.

Y, a partir de ahí, según Ciorán, la capacidad del ser humano para degenerar no conoce límites. Como tampoco la capacidad de este filósofo para calificarlo y despreciarlo. Para él, el hombre es un animal anormal, poco dotado para subsistir, violento por debilidad, agresivo por su propia inadaptación, descentrado desde su comienzo, carente de tacto, una auténtica alteración de las leyes de la Naturaleza, un animal charlatán a medio camino entre el Paraíso y la Historia. Los humanos son desfiles de autómatas, procesiones de seres alucinados, que entre otras cosas se dedican a perseguir, expoliar y profanar la Naturaleza. Para Ciorán, el paraíso es la ausencia del hombre.

Me pregunto cómo calificaría este filósofo a los actuales ejércitos de zombis dotados de móviles que transitan hipnotizados chocándose con cualquiera que encuentren en su camino…

Nuestra salida de la Naturaleza nos hace construir una civilización que en opinión de este autor se basa en la propensión del ser humano a lo irreal y lo inútil. Nuestros deseos suscitan en nosotros una inquietud constante, ya no temblamos o corremos ante un peligro real (como hicieran nuestros antepasados) sino que mantenemos una ansiedad inmutable sin motivo aparente.

Según él nuestro único recurso, creo que en línea con la reflexión posterior de Byung-Chul Han, sería “renunciar no solo al fruto de los actos, sino también a los actos mismos, obligarnos a la falta de rendimiento, dejar inexplotadas buena parte de nuestras energías y nuestras posibilidades”.

Esta idea se vincularía con la “solución budista” para el sufrimiento humano que es también ampliamente criticada por Ciorán. En su opinión, ser hombre con todas sus angustias y deseos no es una solución, pero tampoco lo sería dejar de serlo, según las consignas budistas. Porque seguir dichas pautas supondría jugar a un desapego para el que no estamos predestinados como especie y sería privarnos de nuestra esencia. En este sentido, la inagotable sonrisa de buda, sería comparable a una beatitud vegetal.

Avanzar en el desapego sería privarnos de todas nuestras motivaciones para actuar, perder el beneficio de nuestros defectos y vicios. Se llegaría a cierta nostalgia de la degradación, tras el hastío de tanta pureza: “cuantos sueñan con sus antiguas locuras y, con tal de no tener que subir más por el camino de la perfección cometerían cualquier pecado”.

Otro de los motivos de la insatisfacción humana es según este autor el deseo inconfesado de ser alabados. Nadie está seguro de lo que es ni de lo que hace. Con independencia de nuestros méritos la inquietud nos consume y para vencerla estamos deseosos de que cualquiera nos diga lo que valemos, sea o no cierto. Sería más digno conformarse con ser una planta consciente, dejando de lado el deseo de gloria.

Por otro lado, el amor tampoco sería ninguna solución al sufrimiento para esta autor en tanto que sería un invento para soportar el tormento sobre lo que uno es, las dudas sobre la valía personal: “pacto tácito entre dos desgraciados para sobreestimarse, alabarse sin vergüenza”.

En definitiva, para Ciorán no cabría ninguna esperanza para el ser humano, en tanto que idea de progreso, ni redención ni sentido.

Tampoco propone como solución radical la destrucción del ser humano, pero sí dejar de idealizarlo. La esperanza sería, en todo caso, asumir la realidad con lucidez, sin consuelo ni ilusiones. Y en este camino, contempla tres pequeñas “salvaciones”, que sin ser una esperanza metafísica sí pueden ser útiles:

  • El placer de las pequeñas cosas, aunque sean instantes: un paseo, un paisaje, la música.
  • La creatividad como ayuda para limitar la desesperación, como auténtica fuga del sufrimiento: “Escribo para no suicidarme”.
  • La ironía y el humor como resistencia contra el absurdo, para hacer más soportable la vida.

Por otro lado, y finalmente, creo que el pensamiento de este autor puede asociarse al desprecio que Nietzsche sintiera hacia los ideales del hombre, en tanto que detrás de todos ellos existe la nada:

“¿Cuánto más valioso es el hombre real, comparado con cualquier hombre meramente deseado, soñado, que es una solemne mentira? (…) Y sólo el hombre ideal repugna al gusto del filósofo”

Nietzsche, Crepúsculo de los ídolos

La sombra vuelve siempre al mismo lugar. Nada.