Luis Manuel Estalayo Martín – Psicólogo clínico. Psicoanalista.

En los años inaugurales del psicoanálisis S. Freud, analizando algunos aspectos de la sexualidad, escribió que “la anatomía es el destino”. Polémica frase que implicaría que la biología determinaría la sexualidad, sin tener en cuenta modelos familiares, sociales ni educativos.

La evolución de la praxis psicoanalítica, sobre todo a partir de las aportaciones de J. Lacan, viene precisando que solo se accede al sexo por vía del lenguaje. Para el ser humano, a diferencia del reino animal, no existe un objeto sexual prefijado. La variedad sexual humana es enorme, lo que ha sido una experiencia permanente aunque no siempre se haya querido reconocer.

Un claro ejemplo de que la biología no es determinante en el ser humano lo plantea la identidad transexual donde el sexo se opone a la realidad anatómica. ¿Implica todo ello que debemos hacer desaparecer la anatomía de la ecuación? En mi opinión, ponderar lo imaginario no debiera implicar menospreciar lo simbólico ni taponar lo real.

La sexualidad es una construcción compleja de identificaciones y deseos inconscientes, no una opción intelectual elegida tras un análisis racional. El goce de cada cual es individual y se fragua en redes familiares precisas que se dan en un contexto social determinado.

Contextualizo esta reflexión con las aportaciones de Mauricio Ferraris sobre las teorías constructivistas posmodernas (Manifiesto del nuevo realismo, 2013). El autor analiza la desconfianza posmoderna heredera de Nietzsche, que parte de que no hay hechos sino solo interpretaciones: el mundo verdadero sería una fábula donde todo es subjetivo. El mundo se convierte así en un reality ajeno a cualquier referencia objetiva.

Según este enfoque no existiría objetividad ni verdad porque no hay acceso al mundo si no es a través de esquemas conceptuales y representaciones. Se ensalza la subjetividad y se promueve el deseo de cada cual como elemento emancipatorio: “descargados del peso de lo real, podemos nosotros mismos fabricar nuestro mundo”.

Para Ferraris es necesario criticar este relativismo radical. El deseo no es en sí mismo emancipatorio; la “revolución deseante” puede ser conservadora al reenviar a un principio de placer infantil. Además, deslegitima el saber humano y la posibilidad de aproximarnos a la realidad.

Que las cosas existan exclusivamente porque las percibo es hacerlas depender de mi imaginación, algo próximo a una alucinación. Sí: nos relacionamos con el mundo mediante esquemas, pero eso no significa que el mundo esté determinado por ellos: “lo que está frente a nosotros no puede ser corregido o transformado solo con esquemas conceptuales”.

El realismo se vuelve así un primer paso para la crítica, el crecimiento y la libertad. Hay objetos construidos socialmente y otros que no. Conviene distinguir entre objetos naturales, independientes de la epistemología, y objetos sociales, que existen porque hay sujetos que los nombran.

Defiendo este nuevo realismo como base de una verdadera emancipación y prevención de una deriva social enloquecedora. Sexualidad y género resultan de la unión de un cuerpo anatómico con una cadena significante que produce un sujeto sexuado donde se entrecruzan lo real, lo simbólico y lo imaginario.

La ciencia y la tecnología pueden intervenir sobre lo real, incluso extirpando órganos y modelando un cuerpo imaginario ideal. Pero debemos preguntarnos por el lugar de lo simbólico en la construcción de la sexualidad. Alejarnos en exceso de lo real puede transformar el sueño de una construcción sin límites en una oscura pesadilla.