La estupidez globalizada
Sobre la expansión social de la desinformación y sus efectos.

“El problema del mundo es que los estúpidos tienen una seguridad pasmosa y los inteligentes rebosan de dudas”.
— Bertrand Russell
Quiero destacar algunas ideas de G. Livraghi (El poder de la estupidez, 2010) relevantes en este argumento. Además de otros conceptos ya señalados en posts previos, este autor habla de una estupidez globalizada, expresión gráfica y pertinente.
Vivimos en una sociedad donde se generaliza la impresión de que todo es una tontería, de que nada importa, de que pensar es perder el tiempo. Lo único que parece valer es “hacer” cosas que distraigan sin otro sentido que el placer inmediato.
En este contexto, numerosos medios de masas consideran estúpido al público, al que tratan de captar y aturdir con noticias superficiales y sensacionalismo barato. Crece un mundo de manipulaciones y engaños donde ganan protagonismo las fake news que anulan el pensamiento crítico.
Se idolatra a “celebridades” por cualidades que no poseen; se imita cualquier tontería, se les cita como autoridades en materias que desconocen. Algunas figuras públicas y ciertos youtubers se convierten en iconos del vacío.
La tecnología, mal usada, multiplica la estupidez si genera la ilusión de delegar el pensamiento en las máquinas.
Por todo ello, la estupidez se globaliza. La de cada uno se combina con la ajena creando una red gigantesca que amplifica la estupidez individual: la multitud, como todo, puede ser más estúpida que cada una de sus partes. En cambio, combinar inteligencias es mucho más difícil: solo funciona si hay conocimiento mutuo y experiencia en trabajar juntos.
- La desinformación circula más deprisa que los matices, sobre todo cuando confirma prejuicios.
- La identidad tribal sustituye a la deliberación: “los míos” frente a “los otros”.
- Se confunde visibilidad con verdad y rendimiento con sentido.
En la próxima reflexión, se presentan alternativas a esta expansión de la estupidez.