La vejez es un periodo en el que se hacen más visibles ciertos déficits físicos, cognitivos y emocionales. Cada quien los vive según su historia relacional y su funcionamiento mental. Es un verdadero desafío para la identidad, comparable —por la magnitud de los cambios— a la adolescencia, aunque con menos tiempo por delante.

Puede haber tristeza sin que necesariamente se configure una depresión, salvo en personalidades previamente melancólicas, donde la vejez podría intensificarla. Quienes necesitan tenerlo todo bajo control suelen irritarse al perderlo; quienes se sienten perseguidos se vuelven más temerosos; y las personalidades grandiosas se hacen más vulnerables al ver herida su autoestima.

En este contexto cobra sentido la Generatividad, que Sandra Buechler (2019) describe con precisión. Supone asumir una firme responsabilidad con el crecimiento y el bienestar de otros, ya sea en proyectos comunitarios o en el compromiso determinado con personas queridas.

La generatividad, muy ligada a la generosidad, incluye el profundo placer de dejar legado en quienes nos aman. Aporta equilibrio afectivo en la vejez porque compensa, en buena medida, los afectos negativos de esta etapa.

  • Vincularse a proyectos con sentido (comunitarios, culturales, solidarios).
  • Acompañar y cuidar a personas concretas (familia, amistades, vecindario).
  • Transmitir saberes y ordenar la memoria: contar, escribir, enseñar.

La impactante frase de Paley (1996) —“Adiós para siempre, años de certeza”— puede teñirse de tristeza. La generatividad ayuda a convertirla en propósito: da significado, sostiene la autoestima y multiplica el sentido de continuidad en los vínculos.