La obligación de ser feliz
Cultura y subjetividad.

La ideología capitalista postula como ideal de felicidad la búsqueda de un placer constante y sin frenos a través de la posesión de distintos objetos de consumo. Es con este tipo de ideal que numerosas personas van a mantener deseos compulsivos de distintos objetos, construyendo sociedades individualistas y narcisistas.
Esta realidad nos permite pensar cuál es nuestro posicionamiento al respecto. Es posible asumir ese ideal como propio y vivir de acuerdo a ello. O es posible cuestionarlo analizando alternativas o, al menos, viendo las implicaciones y posibles complicidades de nuestras prácticas profesionales. En esta necesidad de partir de un diagnostico social en el que incluir la vida y la práctica profesional de cada cual, destaco en este momento sólo tres elementos:
1.º.- Vivimos en un mundo con numerosos espacios de crueldad y violencia extrema, donde los escenarios bélicos no paran de reproducirse generando posibilidades de negocio para determinadas élites de poder.
2.º.- La filósofa Marina Garcés habla de analfabetismo ilustrado (2017). Tenemos mucho conocimiento disponible pero ello no frena la resignación: «Cuidarnos es la nueva revolución». Necesidad de recuperar la dignidad de lo humano y resistir el solucionismo y la saturación de la atención.
3.º.- Rudy Gnutti (El mundo sin trabajo, 2017) y Bauman (redundancia) apuntan al miedo a ser prescindibles. Una renta básica universal sería camino para garantizar el derecho a una existencia material.
En este contexto ubico ciertas prácticas asociadas a la psicología positiva (o su vulgarización) que fuerzan felicidad artificial evitando emociones llamadas negativas. Centenares de mensajes de autoayuda promueven consignas simplistas: «reinvéntate», «todo depende de ti», divorciadas de los condicionantes socioeconómicos y de los duelos normales.
Se critica la división tajante entre emociones positivas/negativas, la tiranía de la positividad y la patologización del malestar habitual. La normalidad humana incluye sufrimiento: angustia, pérdidas, conflictos, envejecimiento.
El riesgo: culpabilizar a quien sufre (si no eres feliz es porque no quieres) y convertir la psicoterapia en objeto de consumo que domestica afectos.
Desde una óptica crítica se defiende un espacio terapéutico que permita expresión y elaboración simbólica de cualquier afecto, contextualizado histórica y socialmente, favoreciendo conciencia, dignidad y libertad.