El Cristianismo

“Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba fuera de mí mismo…Me arrojé lejos de Ti, y me hice para mí mismo una tierra de miseria.”
San Agustín

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y en principio pareció tan orgulloso de su creación que se permitió descansar plácidamente. No obstante, quizá habría que cuestionar alguna de las virtudes que se le atribuyen, o incluir con determinación la ingenuidad como un rasgo sobresaliente de su divina personalidad. Porque si Dios es omnipotente, omnisciente y omnipresente, ¿cómo puede ser que el ser humano le sorprenda tantas veces de manera negativa? ¿no se dio cuenta de que su criatura incluía cierta estupidez estructural?

Desde la creación en el Paraíso, el ser humano es decepcionante y desobediente a pesar de tener la felicidad a su disposición. Probablemente, como indica Aldo Cazzullo, la tentación de la serpiente y la respuesta de los humanos vienen a demostrar que el mal está dentro de nosotros, que la verdadera tentación es la soberbia, el egoísmo y el narcisismo, la ilusión de la eternidad y de la omnisciencia (El dios de nuestros padres, 2025).

Pero inmediatamente después de la creación, la historia de Caín y de todos sus descendientes, pudiera decirse, la historia del ser humano, se inicia con guerras, violencia, luchas de poder, muertes…Tanta es la maldad del hombre que dios se arrepintió de su creación y pensó en su exterminio: “Viendo Yavé que la maldad de los hombres era muy grande y que todos los pensamientos de su corazón tendían continuamente al mal, se arrepintió de haber creado al hombre sobre la tierra y se afligió tanto en su corazón que dijo: “Exterminaré de sobre la haz de la tierra al hombre que he formado; hombres y animales, reptiles y aves del cielo, todo lo exterminaré, pues me pesa de haberlos hecho”” (Génesis 6,5-7)

Sin embargo, Dios quiso dar un nuevo comienzo a la humanidad, recuperar la confianza en ella, y encomendó a Noé la misión de proteger la creación, tras su práctica extinción producida por el diluvio universal. No sé cuál fue el pecado de los animales en ese momento ni por qué debieran también desparecer, pero quien soy yo para cuestionar la voluntad divina.

En cualquier caso, tras el diluvio el Señor entiende que no había servido para nada este nuevo comienzo porque no es posible erradicar el mal de la tierra, de la Historia, del ser humano.

En el posterior episodio bíblico de la torre de Babel, los hombres no se enzarzan en guerras, sino que colaboran para construir una gigantesca torre: “Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo” (Génesis 11, 4). Es decir, los humanos van a cometer el mismo error de su pecado original: querer ser como dios.

Seguidamente, en el Éxodo, la Biblia relata con amplitud cómo dios elige a su pueblo y encomienda a Moisés la misión de guiarle hasta la Tierra Prometida. Gigantesco esfuerzo repleto de numerosas pruebas que atestiguan con rotundidad el poder y el compromiso de dios con su pueblo: cayado milagroso, plagas horribles, muerte de los primogénitos de Egipto, separación del mar Rojo, el don del maná… Y, sin embargo, cuando Moisés sube a la montaña para recibir la palabra de dios, el pueblo se impacienta por su tardanza y ante el temor de que no bajara, le pide a Aarón que les haga un dios que les guie. Aarón se hace entregar todas las joyas, las funde y fabrica un becerro de oro.

Los hebreos no quieren otro dios, sino una imagen de dios, un símbolo de fuerza y poder. Por si esto fuera poco, ofrecen sacrificios en honor del becerro y celebran banquetes de comida y bebida, seguidos de bailes impúdicos…

A los ojos de dios esto es, obviamente, una afrenta gravísima y, nuevamente, piensa en exterminar a su pueblo: “Ya veo lo que es este pueblo, es un pueblo de dura cerviz” (Éxodo 32,9). En esta ocasión será Moisés quien suplica a dios que no les extermine.

Un pueblo de dura cerviz según su creador. Un pueblo, la Humanidad, testaruda e incapaz de pensar con claridad o de ser agradecida. Un pueblo que sólo necesita alguien que le guíe aunque sea una imagen de brillo sin mayor sentido. Cualquier becerro puede servir como líder tranquilizador. Un pueblo olvidadizo de la Historia, incapaz de no repetir una y mil veces los mismos errores.

Parecería que dios toma conciencia de que el ser humano es culpable desde su origen y debe ser salvado de sí mismo, porque librado a su suerte es incapaz de mantener algún camino coherente, solidario, ético o comprometido. Es ahí donde en el cristianismo surge Cristo como el redentor universal.

Creo que este pesimismo radical sobre el ser humano es una constante en toda la historia del cristianismo. Por ejemplo, la opinión de San Agustín a este respecto, el más importante de los Padres de la Iglesia, es que sin la gracia de dios, el pecado original que los hombres llevan desde el nacimiento no puede redimirse. Solo la iglesia puede mediar en esta intervención divina.

Muy posteriormente Lutero partía del mismo pesimismo radical, de la idea de una maldad innata en la naturaleza humana y una incapacidad total del ser humano para elegir lo justo. Asumiendo esta impotencia, humillándose a sí mismo, destruyendo su voluntad, el individuo podrá acceder a la gracia divina.

En la misma dirección también la teología de Calvino predica la autohumillación y la sumisión como medios para obtener la seguridad en la divinidad.

En definitiva, parece claro que desde una óptica cristiana, el ser humano no ofrece mucha confianza y debe ser salvado de sí mismo intentando anular su esencia. Pero si la gracia es la única salida, el cristianismo es también una confesión del fracaso humano. La sombra vuelve siempre al mismo lugar. Culpa.