Naturaleza herida
Resonancia del pesimismo
El pesimismo ecológico
“El mundo empezó sin el ser humano y acabará sin él”
C.Lèvi-Strauss
Pasan tantas cosas y tan rápido, que algunas noticias importantes dejan de ser objeto de atención de los medios y de la opinión pública con excesiva celeridad.
Este verano ha estado marcado por numerosos incendios que han destrozado la vida de manera brutal. Más de 400.000 hectáreas arrasadas a finales de agosto, el 75% de las cuales se concentra en Castilla y León y Galicia, (una extensión comparable a un Mallorca, a media Comunidad de Madrid, o a medio millón de campos de futbol). En esta tragedia se han notificado al menos 6 muertos y 31.000 personas evacuadas, además de miles de especies animales y vegetales aniquiladas. Hasta este momento se han detenido a 41 personas por presunta provocación de estos incendios.
Ante esta situación, numerosos informativos hablan con frecuencia de “olas de calor” y de “desgracias naturales”. Pero si la mayoría de los incendios son provocados y están condicionados por la negligencia y falta de planificación política, no puede hablarse de desgracia natural vinculada al cambio climático.
Los incendios son un síntoma llamativo de la negligencia y maldad humanas. La persona (habrá que seguir utilizando este término hasta que se nos ocurra alguno más acorde a esa “cosa”) que prende un fuego por beneficio propio, por venganza o por el motivo que sea, ejerce un maltrato activo y feroz contra la vida. Los políticos e Instituciones que recortan recursos en prevención, descuidan la limpieza de los bosques y no aplican políticas serias para proteger el planeta, ejercen un maltrato irreparable, por desidia, incompetencia, soberbia, y/o maldad.
Desde un punto de vista pesimista, y lamentablemente, no hay ninguna sorpresa. El ser humano no destruye el planeta “sin querer”: lo hace porque en su esencia combina una ambición ciega con una notable incapacidad de pensar a largo plazo. Schopenhauer vería en esta situación la voluntad irracional devorando incluso lo que necesita para existir. Ciorán repetiría con contundencia su opinión de que “El hombre es el cáncer de la Tierra”. La vida es algo frágil que sumerge a los humanos en una enorme impotencia y vulnerabilidad, con dificultad de controlar sus destinos.
Pero este análisis filosófico sería excesivamente teórico e idealista si no lo vinculamos con la realidad de un contexto sociopolítico específico que lo condiciona. Una cosa es que el ser humano sea vulnerable ante la fuerza de la naturaleza, como ya argumentara S. Freud en su conocido El malestar en la cultura (1930), y otra que esa vulnerabilidad se incremente notablemente por la estupidez humana que condiciona o provoca esos desastres aparentemente “naturales”.
Gran parte de los incendios que asolaron el Amazonas a partir de 2019, no fueron espontáneos, sino el resultado de quemas intencionadas para ampliar zonas agrícolas y ganaderas. En el mismo sentido, cuando lluvias monzónicas extremas o huracanes asolan poblaciones, son siempre las casas más frágiles y peor ubicadas las primeras en desaparecer. Por ejemplo, el huracán Katrina (2005) condenó sobre todo a la población afroamericana y más pobre de Nueva Orleans. Así mismo, cuando se habla de la sequía del África subsahariana como fenómeno climático “natural”, se olvida la deforestación y la sobreexplotación agrícola que asola la zona. ¿Fenómenos naturales?
De la misma manera, ante la gigantesca tragedia que acabamos de vivir en España, la mayoría de políticos repite un discurso que resulta tan reiterado como nauseabundo. Da igual que un virus mortal irrumpa abruptamente en nuestras vidas, que lluvias torrenciales inunden poblaciones enteras con un impacto devastador y un número muy elevado de víctimas mortales, que un apagón masivo afecte a millones de personas en su economía y cotidianidad, o que el fuego arrase miles de hectáreas. La culpa va a ser siempre de la ineptitud de otros, de las competencias de aquí o de allí, o bien del cambio climático o del viento. Nadie reconoce ni asume ninguna responsabilidad, dejando a la población perpleja y asqueada.
¿Alguien piensa que esta vez sí que aprenderemos alguna lección? Quizá los seres humanos aumentemos nuestra capacidad crítica y nos solidarizaremos con el sufrimiento de otras personas y el resto de seres vivos con quienes convivimos; quizá nuestros políticos rijan sus palabras y conductas por la ética y el bien común… y colorín colorado este cuento se ha terminado.
O más bien se reiterarán pautas de fecha reciente, donde virus mortíferos eran tratados por expertos inexistentes mientras algunos políticos se enriquecían, económica y políticamente, con el sufrimiento y la muerte de sus votantes. O donde riadas de muerte no implica que nadie pida disculpas ni por supuesto dimita. O, quien lo hace, exhibe tal falta de compromiso con su palabra, tal ausencia de sinceridad y de ética, que resulta insultante.
Da la impresión de que ejércitos de comités de expertos imaginarios aconsejaran a nuestros políticos sobre la mejor manera de conducirnos hacia la extinción, mientras ellos se reservan el privilegio de disfrutar sus oasis en cualquier desierto que hayan conquistado.
La sombra vuelve siempre al mismo lugar. Fuego.